También és cierto y de justicia reconocerlo que no todos los hombres son como al que responde la autora, porque... a saber lo que le dijo, pero quien más quien menos (nosotras) tiene amigos que son geniales y en los que se puede confiar tanto, o más, que en alguien que se tilde de amiga, y otros no tan amigos que sin asomo de delicadeza te sueltan... "eso es porque tú... conmigo no....".
La autora, véase fotografia, María Jesús Méndez, es la directora de una revista digital les, y su escrito dice así:
"Ya sé que así, dicho de
la nada, parecerá irrisorio y ridículo, pero tienes que saber que no. Que mi
lesbianismo no es una forma de llamar tu atención. Que cuando beso a una chica
en un bar, la abrazo o le cojo la mano, no es una manera seductora de pedirte
que te unas a nosotras o que nos des conversación. No sé si habrás notado, pero
cuando eres tú el que está con una chica en un bar, besándola o abrazándola,
por muy guapa que sea tu compañera, no me acerco a sugerir mi presencia en un
acto sexual ni a dejar claro lo muy excitante que me parece vuestra exhibición
del amor o la pasión que desbordáis.
Dejando claro que mi
lesbianismo no es una manera de seducirte, creo que es un buen momento para
plantear que no deseo ser “salvada”. No soy lesbiana por desconocer tus
atributos y tamaños físicos. No soy lesbiana porque no he encontrado a un
hombre ni por no haberme acostado aún contigo. Aunque, si insistes en defender
este argumento, es hora de que te plantees que quizás tú sigues siendo
heterosexual por aún no haber conocido las bondades del sexo con otro hombre,
¿no es así?
Sé que no eres del todo
culpable de tu ignorancia. No pretendo ser injusta. Sé que has nacido hombre y
por eso te han educado para pensar que eres el primero, el más fuerte y el más
listo. Que desde pequeño has aprendido que ser macho es exaltar la sexualidad y
ser mujer es esconderla. Que has visto, y sigues viendo en muchas culturas, que
las mujeres estamos para servirte, tanto en las tareas hogareñas como en tus
apetencias sexuales; que a las mujeres, más que respetarlas, hay que
protegerlas. Has aprendido que feminidad es signo de fragilidad y debilidad. Y
masculinidad es signo de fuerza, incluso, a veces, de violencia. E, insisto, te
entiendo. Porque a mí me enseñaron lo mismo. Mientras a lo largo de la historia
las necesidades de tu pene han sido siempre atendidas, las de mi vagina han
sido ignoradas, postergadas y hasta perseguidas.
Ya sé que Freud te
parece muy respetable y que, por eso, puedes llegar a atribuir mi lesbianismo a
un trauma infantil o a la envidia a tu pene. Pero si vamos a ir por el camino
de la psiquiatría, debo decirte que hay otras teorías que postulan que lo
normal en las mujeres es el lesbianismo y lo anormal es la heterosexualidad.
Que así como tú y yo tenemos como primer objeto de amor y deseo a nuestras
madres, una mujer, mantenemos el objeto de deseo hacia las mujeres, el trauma
es cambiarlo. ¿Te estoy liando? Ya lo sé, es complicado. Así que mejor
abandonemos el campo de la medicina, no porque sea una institución que nos ha
tratado como enfermas, pervertidas y anormales durante muchos años, sino, sobre
todo, porque hay investigaciones que te darán la razón a ti, y otras que me la
darán a mí. Y así no nos vamos a poner de acuerdo.
Mejor dejémoslo todo en
el campo del sentido común. Y también del respeto. Yo puedo entender que la
industria pornográfica te haya vendido el sexo lésbico como producto de
excitación y deseo. Pero hombre, una cosa es la fantasía y otra es la realidad.
¿Sabes? Yo sé que puedo
darte miedo. Que sí, hombre, no te pongas nervioso. Es algo que no reconocerás,
pero dentro de ti sabes que hay algo de cierto. Que te has criado en una
sociedad patriarcal que durante siglos ha sometido a las mujeres y las ha
tratado como una pertenencia de los hombres. Y que mi lesbianismo no sólo
significa que no quiera acostarme contigo. Mi lesbianismo puede leerse también
como una reacción al sistema patriarcal, la manera más clara que tengo para
decirte que no necesito tu protección ni tu pene para lograr lo que quiero y
ser quien soy. Que sí, que sí, que los machos no le temen a nada, y menos a una
mujer. No pretendo que lo reconozcas ahora, sólo que lo tengas ahí, y lo
medites cuando la sociedad y las instituciones reaccionan contra el lesbianismo
y contra la desobediencia de las mujeres que no siguen el patrón fijado:
matrimonio con un hombre e hijos con éste.
Para terminar, creo que
es importante que sepas que el hecho de que me guste una mujer, no implica que
odie a los hombres, que yo quiera ser uno o que mi pareja cumpla ese rol.
¿Sorprendido? Ya lo sé. Es duro descubrir que el mundo no es siempre como lo
imaginas, o como te han enseñado a imaginarlo. Sé que es frustrante, pero
necesitaba decírtelo una vez más: mi lesbianismo no tiene que ver contigo. Y
menos con tu pene."
Me gusta. Había leido cosas parecidas en el pasado y me parecían exageraciones. Claro que lo veía desde una relación heterosexual, en la comodidad de mi "convencionalismo". Ahora, desde "el otro lado", me he encontrado en situaciones parecidas, incómodas como poco y a menudo muy desagradables. Es sorprendente la falta de comprensión en general hacia las parejas lesbianas, como si realmente fueran relaciones incompletas.
ResponderEliminarRealmente la educación basada en el patriarcado hace mucho daño. No solo por la posición de "superioridad" del macho sinó también porque crea muchos analfabetos emocionales por eso de que los hombres deben ser fuertes, protectores y demás estupideces.
Querida Esther, yo no le quito importancia, y estoy segura que tu tampoco, al papel que desempeña el hombre en nuestra sociedad, lo que pasa es que "se lo ha creido" demasiado. No obstante, tal y como está establecido el "sistema de procreación" no se puede prescindir del "ingrediente masculino", pero por compensación fisiológica, ese ingrediente sin el "continente femenino" tampoco sirve para nada.
ResponderEliminarDe todas formas tampoco nos tenemos que romper demasiado la cabezota porque lo que tenga que ser... será, y si ahora estamos bien como estamos es porque nos lo hemos ganado a pulso, y cuando alcanzar una colina nos permite ver otra montaña en el horizonte... ¡uffffff! es un puntazo pensar que también se puede con ella.
Un abrazo fuerte. A cuidarse.